Feliz.
Feliz feliz feliz. Inconsciente a fuerza de tanta consciencia de lo
de alrededor, del mundo, ingenua como una niña y llena de sorpresa.
"Hola bosque, estoy aquí." "¡Qué hojas más nuevas
tienes, abeto! ¡Muá!" "Hola montaña" "Hola
viento".
Ha sido la subida a la montaña, como en el
cuento del Oso de la Luna Creciente, que a partir de un determinado
momento, volvía una y otra vez a mi mente. Cuestas empinadas,
conglomerados pedregosos, ríos por atravesar, viento glacial, nubes
oscuras.
ARIGATOO ZAISHOO
Al principio las dificultades se hacían sentir, arriba era más bello pero también más árido, más duro, había que ponerle más empeño. Y de repente, cuando el viento helado me tenía más fastidiada, cuando ya empezaba a estar cansada y a pensar que tal vez no era necesario llegar hasta el último vértice, entonces,
ha ocurrido
de
repente, algo en mí ha empezado a agradecer al viento, a ser
consciente de la belleza de cada arbusto, de cada planta, de cada
piedra. Era casi como una oración, mi susurro emocionado "hola
montaña". Y aunque durante el regreso el viento nos penetraba
hasta los huesos mientras nosotros caminábamos todo lo rápido que
podíamos, todo era bello. Y al llegar de nuevo al bosque, ha sido
como un abrazo reconfortante, cozy, entrañable, acogedor. El frío
de las manos seguía ahí, pero todo era agradable.
Y
bajábamos y bajábamos, de nuevo el árbol indeciso, las curvas y
pendientes del camino, los troncos caídos, el ruido de nuestros pies
sobre las hojas secas, los árboles balanceándose. Los pájaros,
además de las águilas de la cima. El murmullo del río cantando. Y
a ratos, de nuevo, soledad, y entonces volvía la magia. Y yo volvía
a ser niña, sonriendo, cómplice y traviesa, como si me costara
aceptar mi suerte.
"Hola árbol. Estoy aquí."
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